Por mucho tiempo me vi viviendo en la constante búsqueda de la aprobación ajena. Siempre midiendo y limitando mis emociones, intentando no incomodar a nadie con ellas, controlando mis acciones, mi apariencia, mis palabras, TODO.
Además de ser agotador, me di cuenta que no estaba siendo yo misma. Entonces, ¿cuál era el punto de todo esto? ¿encajar en un grupo por el simple hecho de pertenecer a algo? ¿para qué? Si no comparten mis intereses ni mis ideales ,si cada vez que quiero hacer o decir algo me requiere un desgaste mental inexplicable, si más allá de mis esfuerzos esta sensación de inseguridad y soledad sigue existiendo, ¿cuál es el punto?
A pesar de haber tenido una infancia repleta de amor, contención, una familia grande y muchos amigos, algo en mí me decía que algo faltaba. Es paradójico cómo uno dentro de un grupo de personas que te aprecian, puede sentirse solo o inseguro. Reconocía esa sensación de nunca ser suficiente, de miedo por decir algo incorrecto y no caer bien, del ser rechazada y dejada de lado, hasta llegué a sentir culpa por creer que estaba siendo desagradecida con lo que tenía. Sentía que lo que buscaba o necesitaba no estaba ni en mi país, ni en mi familia, ni en mis grupos sociales. Entonces ¿si no es sólo compañía lo que necesitamos, qué nos falta? ¿qué buscamos realmente? Un día estas cuestiones me invadieron de tal manera, que decidí ir en busca de respuestas.
Manifesté la oportunidad de viajar por casi dos años por diferentes partes del mundo. Conocí diferentes países, culturas, filosofías, formas de pensar y de actuar, valores, conceptos, etc.
Lo primero es que, vamos a estar aprendiendo hasta nuestro último día de vida. Segundo, el ego puede ser un gran aliado o enemigo, depende únicamente de sí estamos dispuestos a reconocerlo o no. Tercero, el lugar lo hacen las personas con quienes puedas compartirlo. Ningún sentido tiene, para mí, vivir experiencias o incorporar conocimientos si no tengo nadie con quién compartirlos.
La mejor parte de una historia, es contarla.
Cuando creía haber recogido todas las respuestas que buscaba, la vida me devolvió a mi país con mi gente nuevamente. Las preguntas nunca dejan de aparecer y las respuestas nunca son suficientes.
Lo que sí aprendí, es que el propósito de ese viaje era encontrarme a mí, y así fue. Entendí que no tiene caso querer compartir tiempo con otros si no sabemos primero que tenemos para ofrecer.
Paralelamente fui comprendiendo la segunda lección. Había aprendido a amarme de tal manera que me prometí no volver a olvidar mi valor, priorizándome ante cualquier situación. ¿La realidad? No era amor propio, era ego. No es que estuviese mal priorizarme, si no que la forma en la que lo hacía no era la mejor para mi entorno. Creía que siempre que yo fuera honesta conmigo y con los demás, éstos no tendrían motivos para enojarse o sentirse mal, cuando lo único que hacía era pretender que los otros me aceptaran sin yo aceptar diferentes opiniones. Yo quería demostrar que había cambiado y no permitía que me cuestionaran, por miedo a "volver a ser como antes" o "que me quisieran cambiar", sentía que los otros no comprendían "mi nueva filosofía zen sobre el amor propio".
Ese fue mi primer enfrentamiento cara a cara con mi ego, era momento de reconocernos, de dejar de rechazarlo, de dejar de negar que es una parte de mí, y que existe en todos nosotros. Que éste no es ni bueno ni malo, simplemente es; la mente zen no juzga, el ego si.
El amor viene de la aceptación y de la compasión, de la armonía que se logra cuando integramos la dualidad, del ego y del amor propio, nuestras luces y nuestras sombras; cuando entendemos que somos un conjunto de ambas cosas, que rechazar una de ellas es rechazar una parte nuestra. Al ego simplemente le tocó el papel del villano, pero no deja de ser un personaje, no lo confundamos con el actor en sí mismo.
Poco a poco, y hasta el día de hoy, voy entendiendo cómo éste trabaja, simplemente lo observo, escucho que tiene para decir. De nada sirve intentar ignorarlo, el hecho de tener emociones de enojo, rabia, envidia, frustración, celos, etc no está mal, es parte de ser humanos, lo que sí importa es a partir de ellas, cómo actuamos después.
Este ejercicio diario, de plena atención a mis emociones y pensamientos constantes, me permitió llegar al tercer aprendizaje, el compartir con otros es el verdadero regalo. Tiempo después de haber vuelto, la incomodidad de no encajar reapareció, lo que me llevó a moverme una vez más. En este último tramo de viaje, mi presente hoy, puedo decir que al fin logro comprender el fin de todo esto.
Encontré personas que se interesan por los mismos temas, que hablemos el mismo vocabulario, que con sólo una mirada tenemos conversaciones, y que no sólo me acepten tal cuál soy, si no que me motivan a cada día ser mejor persona.
Junto con ellos aprendí a confiar, a buscar quién soy y quién quiero ser, a vivir cada emoción que surja durante esa búsqueda, sea buena o no tan buena, a llorar, a reír, a divertirme, a ser espontánea sin miedo al qué dirán, a amar mi vulnerabilidad, a mostrarme, a brillar, a expresarme y sobre todo a amarme. Entendí que la honestidad viene del corazón, viene del poder ser compasivo con los demás y con uno mismo, que nadie va a quererme más por esconder mi verdad; de lo contrario, el hecho de poder mostrarnos vulnerables ante otros es de los actos más nobles y valientes que tenemos como seres humanos.
Logro ver que cada situación vivida me llevó al lugar en el que hoy debo y agradezco estar. Que esta búsqueda constante tenía un objetivo mayor al que era capaz de comprender en ese momento. Que ningún caso tiene quedarse en un lugar dónde uno no se siente cómodo, dónde todo cuesta más de lo que debería. El soltar y confiar no es fácil, pero todos en el fondo sabemos que es necesario, y que la recompensa lo vale.
Llegó el momento de darle más protagonismo a nuestra alma. Aprender a confiar en nuestra intuición, a responder desde el corazón, sin tantos miedos ni prejuicios, animarnos a más, a jugar. Entendiendo que el amor propio viene de la aceptación, es momento de mostrarnos tal cual somos y así encontrar personas que vibren en nuestra misma sintonía; de nada sirve acoplarnos a energías que no nos aportan.
Amemos nuestra libertad, nuestra naturaleza, nuestra espontaneidad, permitámosle a nuestra alma expresarse a cada segundo, y a través de ella brillar, ahí nace la verdadera felicidad. Nuestra alma busca únicamente nuestra atención, nuestro amor y aceptación, es la mente, el ego quien busca encajar, quien crea la necesidad de la aprobación ajena.
Permitámonos SER, sin tantos prejuicios sin tantos miedos al qué dirán. Alivianemos nuestras autocríticas, juguemos más, y a partir de ahí vibremos y conectemos con otras almas que estén en nuestra misma sintonía, en nuestra misma dimensión. Observemos con perspectiva dónde y cómo llegamos a dónde estamos, seamos agradecidos con nuestro camino y reaprendamos a amar(nos).
Gracias y feliz reencuentro con tu Alma.
