Más de una vez tuve la "mala suerte" de saborear lo amarga que puede llegar a ser la vida. En más de una ocasión, supe atravesar esa lucha interna entre, obligar a mi cuerpo que se levante y haga algo productivo y querer dormir todo el día. En lo personal, creo que no hay peor cansancio que el mental. Ese momento en el que ni tu cuerpo te responde, dónde todo lo que ves y escuchás parece poco interesante, hasta incluso a veces puede ser molesto o desagradable. No sentir ganas de hacer nada es lo más duro, y no hablo de no tener ganas de levantarte de la cama, bañarte, comer o ir a caminar, sino de no querer hacer nada. Pero claro, hacer "nada" también es hacer "algo", peor aún; bendito sea el día que escuché esa frase y no pude olvidarla más. Puedo notar cómo a medida que voy escribiendo esto, mi cuerpo, sobre todo mi cara, va recordando lo que este sentimiento significa. Puedo notar cómo mi cara se empieza a transformar; empiezo a arrugar la nariz, pegar los labios y fruncir la boca, los ojos se me entrecierran, las cejas se juntan y se curvan hacia arriba, y de a poco mis hombros se mueven hacia adelante y se van pegando a mi cuello. Me atrevería a decir que es "la típica cara" de desagrado, de rechazo, de mal humor, que todo ser humano ha hecho más veces de las que imagina.
En fin, la idea no es describir cada gesto que hago con el cuerpo para que alguien pueda sentirse identificado o no. Pero sí, resaltar el hecho de que a mí también me pasó, más de una vez, y sé lo que se siente. Como también sé, que no es para siempre, que como todo en la vida, pasa, se termina, y mejora. Todo es una cuestión de actitud.
Muchos me podrán decir, bueno pero no para todos es igual, o hay situaciones en las que no es tan fácil (50% de acuerdo). Es real que todos sentimos y reaccionamos distinto, por lo que cada proceso merece su tiempo, respeto y tolerancia, pero también es cierto que es uno mismo quién controla sus pensamientos, por lo que puede controlar su actitud. Aclaro, controlar una actitud o la voluntad, no es lo mismo que controlar las emociones o reprimirlas mucho menos, nada más lejos. Pero sí, controlar el qué hacer con ellas.
En el momento que decidí buscar herramientas para salir de ese lugar oscuro, que en nada me favorecía, encontré más de lo que buscaba. Leí una vez que, diariamente tenemos cerca de 60.000 pensamientos, muchos de los cuales son negativos, repetitivos y del pasado. Al principio me sorprendió y me pareció una exageración. Sin embargo, me quedó resonando hasta el día de hoy, y poco a poco empecé a cuestionarlo más. Hoy en día, me atrevo a confirmarlo. Me parece increíble la capacidad que tiene mi mente para relacionar cosas; es sorprendente limitarme a observar la velocidad y la precisión con que lo hace. Una vez que aprendí a observar mis pensamientos, pude comprender su funcionamiento. Pude, por lo tanto, asumir mi total responsabilidad frente a mis pensamientos. Comprender que mentirme a mi misma no es más que una pérdida de tiempo y energía. Luego de asumir dicha responsabilidad, entendí que era momento de actuar, de hacerme cargo y hacer lo que se debe; disciplinar mis reacciones. Era momento de armonizar mis pensamientos y acciones.
Ser responsable, significa asumir que toda acción tiene sus consecuencias, y por lo tanto, siempre existe más de una opción. Depende de notros lo que decidimos o elegimos, tanto como luego, estar listos para enfrentar lo que acontezca. Cuando pude reconocer la existencia de más de una posibilidad, el concepto de la dualidad surgió automáticamente. La vida y la muerte, la felicidad y la desdicha, lo bueno y lo malo, las desgracias y los milagros, todo, absolutamente todo, es subjetivo y se presta a más de un punto de vista. De ahí a que estemos dispuestos o preparados para contemplar la otra cada de la moneda, es otra cosa. Ahí es dónde comienza la verdadera dicha "del estar vivos." Estamos tan acostumbrados a estar vivos que nos olvidamos de lo que ésto realmente significa. Los muertos no sufren, no sienten y sobre todo, no piensan. Todos en algún momento de nuestras vidas, por más largos o cortos, fuertes o leves que puedan haber sido los momentos, padecimos el peor de las sufrimientos, todos el mismo pero de maneras diferentes, la falta de fe.
Cada día que pasa, cada libro que leo, cada historia que escucho, cada situación que veo o vivo, me confirma más que, no hay peor dolor que el de la desilusión. Podemos llamarlo de mil formas distintas, describirlo de infinitas maneras, pero todo ser humano, ha y va a seguir experimentando, el sabor amargo de la vida. Esos momentos dónde todo lo que conocíamos pierde sentido, una enorme angustia nos invade el cuerpo, sentimos que todo se oscurece y se pudre desde dentro, lenta y velozmente, perdemos la fe, los motivos por los que luchar, por los que seguir viviendo, todo desaparecen; y esa debilidad emocional, se vuelve la debilidad física más grande que nunca hayamos podido sentir.
Buscamos respuestas desesperadamente, motivos, ayuda, alguien que nos aconseje y nos salve, pero la realidad es que no hay otra respuesta que, seguir adelante. Por un simple acto de fe, por la mínima esperanza de creer que podemos llegar a estar bien. De que Dios, o quién sea, nunca nos da más de lo que podemos resistir. De que si estamos en esta situación es por algo mayor a nuestro entendimiento, de que no vamos a morir en este instante, por más que lo deseemos, que mañana nos vamos a levantar de nuevo, que depende de nosotros superar esta situación, que nadie va a venir a tocarte la puerta y darte la pastilla de "LA FELICIDAD" que estás buscando, que vos misma sos la única persona que te puede ayudar. No digo que todo esto sea fácil, y mucho menos cuando estamos en ese pozo que repele todo tipo de "positivismo". Pero sí, soy fiel creyente, de que es necesario y sumamente efectivo. Muchos perdemos lo que "ser humanos" significa. Somos humanos, tenemos sentimientos, emociones, nervios, un cuerpo, una mente, ideas, sensaciones, miedos, inseguridades, anhelos, sueños, ilusiones, entre otras tantas miles de cosas. Pero nos creemos demasiado especiales. Creemos que somos los únicos en el mundo que sufren, a los únicos que les pasan cosas malas, que alguien dedicó tiempo de su vida en maldecir la nuestra, en que nuestros sentimientos son demasiado intensos, que nadie puede comprendernos, bla bla. Cuando dejamos de jugar el papel de víctima constante, y asumimos nuestra responsabilidad sobre nuestro día a día, sobre las decisiones y consecuencias de nuestros actos, cuando maduremos psíquica y emocionalmente, vamos a poder apreciar la verdadera belleza de las cosas. Los milagros.
"Los milagros ocurren cada día, si tenemos la fuerza de soñarlos, Intentamos y volvemos a intentarlo, aparecen y transforman lo deseado. Aprendemos a ser fuertes, las heridas nos duelen en el alma, con la fuerza del amor nos liberamos, llega el viento y se lleva las tormentas. EL MILAGRO DE LA VIDA ESTÁ PRESENTE, LO QUE VALE ES QUE VOS NO ESTÉS AUSENTE."
Un milagro es ver salir el sol cada mañana, o ver cómo se oculta. Es ver un pájaro volar y pararse en una rama enfrente tuyo a cantar. Un milagro es ver como el mar no deja de moverse ni por un segundo. Ver como los árboles y las plantas parecen estar quietas, inertes, cuando en realidad, están tan vivas como nosotros; hasta nos damos vida mutuamente, intercambiamos gases procurando la vida mutua. Un milagro también es un beso de las buenas noches de mi mamá, los mismos chistes desde hace 20 años de mi papá, o ese abrazo de ese/esa amigo/a tan querida/o. Un milagro es haber vivido todo un día más sin haber llorado la muerte de un ser querido. Un milagro es levantarnos todas las mañanas, en una cama calentita, bajo un techo, con el cuerpo funcionando perfectamente, sin dolores, sin malestares.
Un milagro es abrir una heladera a cualquier hora del día para ver "qué puedo comer", para matar el aburrimiento más que el hambre. Sentarnos a ver una película con nuestra persona favorita, al lado de la estufa a leña una noche fría y lluviosa.
Un milagro es el olor al pasto recién cortado, o tierra mojada después de un día de lluvia. O incluso el olor a mar previo a una hermosa tormenta eléctrica, con sus colores e intensidades.
Los milagros están en absolutamente todo lo que sucede a nuestro alrededor y en todo momento. Basta con estar dispuestos a observarlos y darles el crédito que merecen.
Las cosas buenas no buscan la aprobación ni la admiración de nada ni nadie, simplemente suceden, no buscan que se les dé ningún tipo de reconocimiento, porque ahí es donde radica la verdadera humildad, en pasar desapercibidas. Es por eso que las cosas malas nos atrapan con mayor facilidad, porque necesitan de nuestra atención para existir.
Al final del día, lo que importa es a qué elegís darle más poder.
Recordá que lo que verdaderamente vale la pena y llena el alma, es aquello que no espera nada de vos. El amor no exige, el amor es libre, y siempre está ahí para nosotros. ¿Vos, estás para él?