Desde niños nos enseñan que cuando hacemos algo mal, debemos pedirle disculpas, o ser nosotros quienes las aceptamos. Lo paradójico es que, a medida que crecemos el pedir perdón y perdonar parece ser cada vez más difícil. La realidad es que a medida que crecemos, nuestro ego lo hace también. Comenzamos a tener nuestras propias creencias e interpretaciones de los hechos. Nos cuesta creer que alguien se arrepiente de habernos hecho daño, que fue tan clara su actitud que su intención no podía ser otra más que lastimarnos, así que ¿por qué debería perdonarte? ¿para qué? Todos de alguna manera estamos detenidos en el tiempo, en algún momento o en algún hecho de nuestras vidas que nos marcó para siempre. Todos tenemos a alguien a quién irle a pedir perdón o a quién perdonar. Muchas veces nos preguntamos por qué seguimos repitiendo las mismas situaciones una y otra vez, por qué nuestras relaciones siempre fracasan o tienen siempre las mismas fallas. Es necesario volver a ese lugar, a ese momento, a esa persona y atravesar de una vez por todas esa puerta que no nos deja avanzar. Perdonar es abrir una puerta que siempre quisimos ocultar, una puerta a mucho dolor, pero también a mucha libertad. Perdonar es dejar ir, es soltar la culpa y el dolor que solo los aferran y no nos permiten avanzar. Perdonar es dejar de seguir esas huellas que nos llevan una y otra vez al mismo camino, es dejar de castigarnos por algo que no podemos cambiar, es crecer y liberarnos. Es humano preferir lidiar con el enojo que con el dolor, por eso nos resulta siempre más fácil escapar que quedarnos. El no poder perdonar a alguien no es más que otro intento por escapar del dolor. Cuando interactuamos con las personas, no hacemos más que, proyectarnos en ellas. Las personas actúan como espejos de nuestros miedos, de nuestras carencias, inseguridades, etc. Por lo tanto comprender que lo que odiamos de los demás, lo que nos hace imposible poder perdonarlos, no es más que lo que odiamos de nosotros mismos. No estamos perdonando a las otras personas, nos estamos perdonando a nosotros mismos. Nadie, además de uno mismo, sabe el pánico que nos da sufrir, pero es tiempo de entender que, a veces no queda otra. No se puede vivir toda la vida escapando del dolor, de hecho, nunca se logra. El dolor debe ser transitado, enfrentado, para poder superarlo, debilitarlo. Cuando más lo ignoramos e intentamos evitarlo, más poder le damos, sé que suena a frase hecha, pero realmente, creo en su significado. No tenemos la obligación de perdonar, pero sí tenemos el derecho, el derecho a seguir adelante, a dejar el dolor, a dejar de castigarnos por aquello que no podemos cambiar, a entender que no somos culpables de las impotencias de los otros. Debemos dejar de repetir las mismas respuestas a los mismos problemas, eso no es más que un intento por querer reparar algo que ya no se puede, que aquello que fue no sea. La única forma de arreglarlo, es dejarlo ir, para al fin dejar de repetirlo.
Pero como dije antes, nuestro ego crece casi tanto como nuestros miedos. La soberbia nos ciega, tanto exceso de confianza se refleja en una inseguridad muy grande. Nos volvemos desconfiados, perseguidos, porque en el fondo, no creemos en nosotros mismos. No creemos que nadie nos ame de verdad, no creemos ser grandes merecedores de más, no creemos poder despertar. Porque aunque no recordemos, hay algo que no se borró, y eso, es la falta de fe en nosotros mismos, nuestra inseguridad. Seguimos aferrados a la idea de que somos poca cosa, que por eso nos pasaron las cosas que nos pasaron, porque lo merecíamos. ¿De verdad crees que vos mismo, con tan solo 3, 15 o 40 años, sos culpable de tus desgracias? ¿Que las merecías realmente? Perdonar es soltar la culpa de existir, es dejar ir lo que no estaba en nuestro poder, lo que simplemente sucedió y si, nos dolió muchísimo, pero que nunca pudimos llorar y dejar ir.
Los deseos muertos son aquellos que nos atan, que nos detienen en el camino, que están y van a estar siempre con nosotros. Son los que intentan cambiar lo que no se puede cambiar, nos hacen mirar hacia atrás, con dolor y miedo, nos hacen negar el perdón y la posibilidad de perdonar. Perdonar es dejar en el pasado lo que es del pasado, es dejar ir ese trauma que ya pasó, es reconstruir desde las ruinas, es atravesar esa puerta y cerrarla, es animarse a ser otro, alguien mejor, es superar nuestros miedos, es animarse a llorar a mostrarnos vulnerables, a quebrarnos para volvernos a armar, es luchar contra nuestros demonios, es reencontrarse con uno mismo, es volver a casa.
El futuro es hoy y no hay tiempo. El futuro puede ser una gran incógnita, pero su única respuesta es el presente. Todo lo que decidamos hacer hoy será lo que marque nuestro futuro. Conocer nuestro futuro no quiere decir que podamos anticiparnos a él, incluso desconociéndolo podemos adelantarnos.
Todos tenemos el derecho y merecemos despertar, dejar ir el dolor, liberarnos, perdonar y pedir perdón, a nosotros mismos y a los demás.
