Más de una vez me hice la gran pregunta, ¿quién soy? A pesar de nunca encontrar la respuesta que buscaba o que esperaba encontrar, pude notar que siempre habían, por más pequeños que fueran, rasgos y actitudes que seguían presentes e inalterables. Siempre me pareció increíble pensar en la inmensidad del universo, en como todo cambia constantemente; las cosas nacen, crecen, se reproducen y mueren, pero lo más mágico es cómo todo parece hacerlo de forma perfecta, sin ayuda de nadie. Todo lo que sucede le da comienzo a lo siguiente, nunca nada vuelve a ser cómo antes; y cómo a pesar de todo, hay cosas que no cambian. Cada ser en este mundo tiene un sello personal, una marca única y diferente al resto. Cada uno de nosotros tenemos ese algo que nos hace nosotros mismos. Todo lo que toquemos, lo que hagamos tiene nuestro nombre, nuestra identidad, es esa huella que dejamos.
Tenemos una tendencia a creer que somos lo que vemos, o lo que los demás creen. Que somos nuestro nombre, nuestro cuerpo, nuestro título universitario, nuestro puesto de trabajo, hijos de, padres o hermanos de, o incluso que nuestra nacionalidad o nuestro contexto social. La realidad es que todo eso no son más que etiquetas que le ponemos a nuestro verdadero ser. Es cómo si viéramos un lago, y dijéramos que el agua es el lago. O si viéramos un vaso con agua, y dijéramos que el agua es el vaso. Tanto el lago como el vaso son los contenedores del agua, no son el agua en sí misma. Ésta no tiene forma, ni color, ni tamaño, eso lo define el recipiente y la etiqueta que lo contenga. Ese agua somos nosotros, es nuestro ser, nuestra esencia. Ésta no tiene ni forma, ni tamaño ni nada. Tendemos a creer que lo que la define es lo que vemos, pero no es así. La verdadera respuesta del ¿quién soy? sería la pregunta ¿cuál es mi esencia?
Algunas personas lo definen como nuestra luz o nuestro color, el nombre realmente no me preocupa, ya que es otra forma de explicarlo; pero sin duda todos tenemos ese algo, que a pesar de los años se mantiene intacto y fiel a nosotros mismos. Volver a nuestra esencia, es volver a casa. Volver a casa significa volver a esas sensaciones y emociones que sacan lo mejor de nosotros. Como ese olor a pasto recién cortado, o de nuestra comida favorita, volver a abrazar a esa persona que extrañábamos tanto, o volver a escuchar esa canción que hasta el día de hoy nos eriza la piel. Volver a sentir, volver a ese lugar del cual nunca nos fuimos, volver a recordar ese algo que nunca olvidamos, es volver a encontrarnos a nosotros mismos, eso es volver a casa.
La felicidad no es más que el hábito de las cosas buenas, de las cosas que nos hacen bien.
El tiempo pasa, las situaciones cambian, las personas cambiamos, pero vayamos a donde vayamos hay cosas que siempre parecen acompañarnos. El tono de nuestra voz, la forma en la que la modificamos cuando hablamos con alguien a quien amamos, o cuando nos enojamos. La manera en la que lloramos, o el sonido de nuestra risa cuando sale de la panza, lo que nos hace reír o nos desagrada; todo eso es pura y únicamente personal, es nuestro y de cada uno. Eso que trajimos con nosotros y llevamos siempre a donde sea que vayamos, es nuestra esencia, es lo que nos hace volver a casa.
Para conocernos, para saber quiénes somos, cuál es nuestra esencia, es necesario recuperar nuestra identidad. Reconectar con todo aquello que nos hace puramente felices, un amigo, una canción, una comida, dibujar, cantar, bailar, lo que sea, pero ESO, es tu brújula para volver a casa. Todo aquello que nos recuerda quiénes somos, dónde estamos y para qué y hacia donde vamos, es volver a casa.
Por más lejos que vayas, por más que te pierdas en el camino, siempre llega la hora de volver a casa.