
Muchas veces tenemos la ilusión de que el tiempo es algo lineal que podemos dividir en pasado, presente y futuro, en horas y minutos, hasta en semanas, meses o años. Pero es preciso comprender que eso no es más que una fragmentación del mismo. Es la capacidad que tiene nuestro cerebro de interpretar la realidad, pero no por eso, lo hace real en sí mismo.
Einstein hablaba, décadas atrás, sobre la relatividad espacial, tanto del tiempo como el espacio, donde todo depende del movimiento relativo de los observadores. Por ejemplo, si uno viaja en un tren y mira para afuera, notará que todos los árboles, carteles, etc se mueven. En cambio, si uno mira desde afuera, notará que todo está quieto, excepto el tren. Todo depende del punto de vista del observador, por lo tanto, no deja de ser subjetivo a la persona y al momento presente.
Es simplemente un fragmento de la realidad, observado de forma específica, el cual automáticamente se vuelve "pasado".
Tanto el pasado como el futuro se mueven en direcciones inexistentes, solo el presente es quién tiene la magia de lo eterno. La magia está en nosotros, en ese momento específico y sumamente espontáneo, dónde verdaderamente nos sentimos parte de un todo, dónde observamos con admiración y gracia nuestro entorno. Cuando respiramos en paz y nos sentimos realmente presentes.
Más de una vez, me ha pasado hacer actividades dónde parece que el tiempo invertido no tiene relación con el que marca mi reloj. De hecho, cada día experimento más esta sensación.
Podría decir que en estos últimos 5 meses me han pasado más cosas que en mis últimos 2 años. Donde la relación, puesta en años y meses parece ya no tener sentido para mí. En un mismo día vivo infinitas actividades que, llegada la noche, me asombro de cómo las horas del día me permitieron hacer tantas cosas diferentes.
En esos momentos es cuándo comprendo el concepto del PRESENTE. Vivir desapegada a lo que dicta el reloj es una de las mejores cosas que he aprendido a hacer. He comprendido que mi día ya no se basa en días de la semana u horarios específicos. He aprendido a vivir según mi propio ciclo. Ya no hago planes a futuro, porque comprendo que éste no existe. He aprendido a vivir en la espontaneidad de mi presente, escuchar en cada momento lo que mi cuerpo y mi alma quieren.
Ya no me rijo por un horario específico para levantarme o irme a dormir, simplemente me levanto cuando me despierto y me acuesto cuando tengo sueño. Ya no como 4 veces al día, simplemente escucho a mi cuerpo cuando tiene hambre, y le permito elegir qué quiere también. Ya no hago suposiciones sobre un futuro próximo, simplemente vivo el momento y me abro a las infinitas posibilidades que el universo pueda traerme. En el momento exacto en el que llegan, respiro y me escucho, solamente ahí sabré cómo continuar con esa situación; ni antes ni después.
Hemos vivido por mucho tiempo dentro de un sistema rígido en cuanto al tiempo. Dónde éste abarca más de lo que puede realmente.
Me refiero, por ejemplo, a los procesos personales de cada uno. Más de una vez me ha pasado, y sé que no soy la única, de sentirme autoexigida por no poder cumplir una tarea o actividad a la misma velocidad que otros. Las instituciones son los principales fomentadores de estas futuras sensaciones de frustración o incomodidad. Porque generalizan, creando la sensación de realidad y de estereotipo perfecto, cuando cada cual tiene su propio ritmo. Al intentar encajar en un sistema nos olvidamos de nuestra propia esencia, allí nace la incomodidad del ser.
Sé que no soy la única persona que en diferentes oportunidades ha sentido un vacío en el pecho. Esa sensación de que algo no anda bien, de que algo falta. Justamente, ese es el llamado de nuestra alma, sus gritos para llamar nuestra atención, los cuales muchas veces confundimos con "ansiedad".
Luchamos constantemente contra ella, intentando callarla o distraerla, comiendo, fumando, tomando, etc. La realidad es que hasta que no comprendamos de dónde viene y qué quiere decirnos, no se va a ir a ningún lado.
A veces, basta solamente con parar la velocidad de la inercia con la que vivimos, y observar, escuchar que ocurre en nuestro interior. Me vi sorprendida, en estos últimos meses, por el hecho de conocer personas que no estuviesen familiarizadas con el concepto de "intuición".
La intuición es aquella sensación que todos tenemos la capacidad de experimentar. Esa que muchas veces nos hace dudar sobre cosas que nunca imaginamos. Nos hace cuestionarnos, y por alguna razón siempre se siente como una certeza. Puede que no sepamos por qué o para qué, pero lo que nos indica, sabemos que es lo correcto.
Esa vocecita que nos dice, esto sí y esto no, aprovecha esto y suelta aquello de una vez, ¿cuánto tiempo más vas a resistir, luchar contra corriente? Ese no es tu camino, es momento de vivir tu verdad ¿qué estás esperando? ¿hasta cuándo?
El momento de soltar los miedos a lo desconocido ha llegado. Es momento de reconectar con nuestra alma y escucharla, permitirnos que sea ella quién nos guíe día a día. Al fin y a cuentas, el único tiempo real es este. Aquí y ahora. La magia de nuestro ser, de nuestra energía, es el regalo de existir a cada segundo.
Vivir apegados a los recuerdos o a suposiciones sobre el futuro es perder el tiempo y limitarnos a las infinitas posibilidades que el universo tiene para nosotros, porque simplemente, no estamos presentes, sino distraídos.
Aprendamos a soltar, a experimentar, a dar y recibir, a confiar en nuestra intuición y en base, a ella elegir qué camino seguir. Confiemos en su magia, en nuestra magia, en el amor, en su amor, en nuestro amor. Permitámosle a nuestra alma ser, a nuestro corazón latir, a nuestra sangre fluir, a nuestros pulmones respirar. Animémonos a sentirnos, tanto a nuestro cuerpo como al mundo que nos rodea.
Dejemos de correr detrás de los relojes ajenos y sincronicémonos con nuestros propios ciclos. Abrirnos a lo inesperado es la única forma de vivir un presente repleto de sorpresas y milagros.
Creemos, junto con nuestra alma, el camino que queremos vivir.
Gracias y feliz viaje al presente.