Vivimos en un mundo donde el valor se relaciona directamente con el dinero. Ahora somos más los que entendemos que no a todo se le puede poner un precio.
El ejemplo más claro es con las cosas hechas a mano. Uno tiende a pensar que el precio será acorde al costo, nos enseñan que veamos cuánto nos salieron los materiales y de ahí agreguemos un 10-15%. Pero la realidad es que nunca se contempla el tiempo de uno mismo dedicado a la actividad. La inversión es mucho mayor que el costo de los materiales, nuestro tiempo y dedicación también lo valen. La parte más difícil es justamente, creer que el precio no sea muy elevado al contemplar nuestros esfuerzos y capacidades. He escuchado en varias ocasiones, incluso de mi propia boca, "no, pero ¿cómo voy a cobrar tanto? Si a mí me encanta lo que hago, lo hice casi sin esfuerzo." Por el simple hecho de que, a nosotros se nos haga algo más fácil que a otros, no tiene por qué ser menos valorable. Justamente, es nuestra capacidad la que debemos valorar. La relación entre un buen resultado y la practicidad al momento de hacerlo y economizar tiempo, es lo que vale. El poder hacer algo con facilidad que, quizás a otros les lleve mucho más tiempo o no cuenten con las herramientas suficientes para poder hacerlo, es lo que tiene valor. También es verdad, que al momento de querer ponerle un precio monetario, lo limitamos. Hay situaciones en la que uno hace algo por los demás, y éstos quieren retribuirle su agradecimiento de forma metálica. He vivido y visto situaciones donde el otro no quiere aceptar el dinero e incluso llega a ofenderse. Esto ocurre cuando no tenemos claro el concepto del valor, del dar y el recibir. Por ley natural, cuando uno hace algo, causa un efecto. Por lo tanto, cuando uno hace una actividad para sus amigos, por ejemplo, lo hace por el simple hecho de compartir sus conocimientos con sus seres queridos, sin buscar ningún rédito monetario, simplemente por el amor propio y el de poder compartirlo. Sus amigos, por querer agradecer, valorar y fomentar las capacidades de su amigo, quieren darle algo a cambio, y lo primero que surge en nuestro inconsciente es, valor=dinero, y quieren pagarle por su tiempo y conocimientos. Lo que es importante comprender es que, uno puede demostrar su gratitud desde lo que uno mismo considere que tiene valor también. Lo irónico es que, son pocas las veces que creemos que, nuestras capacidades creativas y nuestro conocimiento se asemejan a ese valor también.
Escribiendo esto, reconozco que soy la primera en dudar sobre mis capacidades o conocimientos. Confiar realmente en lo que uno tiene para dar, es difícil, hasta se siente raro en ocasiones. Vuelven esas cuestiones de, "pero si esto a mí no me cuesta, ¿cómo se lo voy a regalar a otra persona? Éste necesita algo más, el valor de ésto no es suficiente. ETC."
Esto sucede porque, nunca nadie nos fomentó nuestro talento, nuestros dones. Pocas son las personas que nos han visto y nos ven. Es verdad que nadie más que uno mismo puede conocerse a sí mismo, que sólo uno tiene sus propias respuestas. Pero también es cierto que, necesitamos de otros para poder vernos desde otra perspectiva. Vivimos en nuestra cabeza 24/7, tenemos una visión sumamente limitada y egocéntrica del mundo, y esto no es algo malo, simplemente, todo lo que ocurre en el exterior está influenciado por nuestra historia. No somos capaces de vernos de forma objetiva, incluso sólo nos vemos a nosotros mismos en fotos o en un reflejo. Ahí es cuando aparece la importancia de los otros. Necesitamos de ellos para poder entender la relación que existe entre lo que siento y pienso y cómo a través de mis acciones, repercute en el exterior. El comprender que, todo lo que hacemos también genera un efecto en los otros y en el mundo que nos rodea, es tomar responsabilidad sobre nuestros actos y a la vez, valorar lo que hacemos.
Por lo tanto, en el momento que tomamos responsabilidad sobre nuestras acciones, tenderemos a intentar ser lo menos invasivos o agresivos para el exterior, Esto, por más simple que suene, es un trabajo diario y minucioso, que en muchas ocasiones se hace difícil y hasta doloroso, tanto que querremos renunciar a dicha responsabilidad. Pero a la vez, entenderemos que no estamos siendo buenos e inofensivos para los demás, sino que por la ley de causa y efecto, estamos siendo buenos e inofensivos para nosotros mismos, a través de los demás.
Y ahí, está el verdadero valor humano, ese al que no se le puede poner un precio monetario. Ese que habla de un amor puro y sincero tanto con uno mismo, como con los demás. Que ponerle amor a lo que hacemos y querer compartirlo con otros, no valga menos que un producto en serie. Valoremos nuestra intención y dedicación a hacer lo que a nosotros nos hace bien, valoremos el tiempo que nos regalamos a nosotros mismos, para hacer algo que nos gusta y que luego podremos compartir con otros que también lo aprecien. Aceptemos y respetemos el concepto de valor de los otros. Siempre que la intención sea el agradecer y fomentar nuestro trabajo, debemos recibir lo que se nos ofrece, así como el otro recibe lo que nosotros hicimos.
Recordando que, desde el momento que decidimos iniciar algo, la intención era puramente egoísta. Regalarnos tiempo a nosotros mismos, para canalizar nuestra creatividad, para disfrutar de un momento de conexión con nosotros mismos, independiente del tiempo o esfuerzo que nos lleve, requiere mucho valor. Si luego éste es reconocido y apremiado por los otros, cobra otro valor, pero ni más ni menos, sino unos diferente.
Ahí radica, a mí entender, el verdadero valor del dar sin esperar recibir algo específico a cambio. Permitámosle a los otros que nos manifiesten su agradecimiento a través de lo que ellos mismos consideren de valor. Aprendamos a recibir más allá de nuestros conceptos de valor. Ampliemos nuestros conceptos de valor y fomentemos los de los demás. A veces, el verdadero valor radica únicamente en compartir lo que a uno le hace bien. Al fin y a cuentas, siempre buscamos ser vistos desde nuestros talentos y virtudes, y sobretodo amados y aceptados a través de ellos. El recibir se resume a la aceptación y reconocimiento de mis capacidades a través de los ojos de mis seres queridos.
Todo lo que hagamos, por más que ya exista o haya varias personas que dediquen su vida a hacer algo parecido, nunca tendrán más o menos valor.
Nunca nadie va a poder hacer algo exactamente igual a lo tuyo, siempre, todo lo que hagamos, tiene nuestra huella de originalidad y autenticidad.
Así que, si algo te gusta, te hace sentir bien, es inofensivo para el exterior e incluso puede aportar de forma positiva, NO DUDES MÁS Y HACELO.
Nadie, además de vos mismo, sabe lo que sos capaz de lograr. Tu don, tus capacidades son propias tuyas y de nadie más. Sea lo que sea que quieras hacer, si es lo que tu alma te pide, va a ser. Podrá parecerse a lo que hacen otros, y es normal y está bien. Nos inspiramos en otros, pero también innovamos constantemente. Existieron millones de personas y van a seguir existiendo, pero nunca nadie va a ser como vos, somos seres ÚNICOS E IRREPETIBLES. No desperdiciemos nuestra autenticidad por miedos y juicios ajenos. Lo que tenemos para aportar es sumamente importante y VALIOSO.
SUELTO Y CONFÍO - No pensemos en el cómo ni en el qué, actuando desde el "para qué", con confianza, amor y una intención noble, hacia nosotros mismos a través de los demás, es la llave para abrir la puerta de nuestra creatividad, nuestra autenticidad, nuestros dones y talentos, nuestra luz, nuestra alma, nuestra ABUNDANCIA.
Gracias y feliz vida.